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Cuando vinimos a Macedonia, ciertamente ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados: de fuera, conflictos, y de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra preocupación por mí, de manera que me regocijé aún más.

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