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No imitéis a vuestros padres y hermanos que, por ser infieles al Señor, Dios de sus antepasados, fueron condenados al horror, como vosotros mismos habéis podido comprobar. No seáis tan tercos como vuestros padres; reconciliaos con el Señor, acudid a su santuario consagrado para siempre y servid al Señor, vuestro Dios, para que su ardiente cólera se aparte de vosotros. Si os convertís al Señor, vuestros hermanos e hijos hallarán compasión en quienes los han deportado y podrán regresar a este país, pues el Señor es misericordioso y compasivo y no os dará la espalda, si os convertís a él.

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