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Entonces, cuando era hora de hacer el sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, todavía vestido con mi ropa rasgada, me arrodillé con las manos extendidas hacia el SEÑOR mi Dios, y dije:

«Dios mío, me siento demasiado avergonzado para levantar mi rostro hacia ti. Estoy avergonzado porque nuestros pecados son inmensos. Nuestra culpa llega hasta el cielo. Hemos sido culpables de muchos pecados desde los días de nuestros antepasados hasta ahora. Pecamos y nuestros reyes y sacerdotes fueron castigados. Reyes extranjeros nos atacaron y llevaron lejos a nuestro pueblo. Se llevaron nuestras riquezas y nos humillaron. Y hoy todo sigue igual.

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