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Siéntate en silencio, entre tinieblas,
capital de los caldeos,
que no volverán a llamarte
“señora de los reinos”.
Me irrité contra mi pueblo
y profané mi heredad:
en tus manos la entregué,
la trataste sin piedad;
sometiste al anciano
cruelmente a tu yugo.
Creías que ibas a ser
señora para siempre;
pero no pensaste en esto,
no sospechaste el final.

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