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Dos elegías sobre la caída de la nación

19 Entona una elegía sobre los príncipes de Israel. Di lo siguiente:

¿No era tu madre una leona
que vivía con otros leones,
tumbada en medio de leoncillos,
que sacó adelante a sus cachorros?
Uno de sus cachorros creció,
convirtiéndose en un joven león;
aprendió a desgarrar presas,
aprendió a devorar personas.
Las naciones tuvieron noticias de él,
quedó atrapado en su fosa
y lo llevaron entre garfios a Egipto.
Al ver ella que era inútil esperarlo,
que se había esfumado su esperanza,
se dedicó a otro de sus cachorros
y lo convirtió también en un joven león.
Andaba con otros leones,
convertido ya en joven león.
Aprendió a desgarrar presas,
aprendió a devorar personas.
Arruinó sus palacios,
devastó sus ciudades;
la tierra y sus habitantes
se aterraban con su rugido.
Le pusieron cerco las naciones,
las provincias de los alrededores;
entonces le tendieron sus redes
y quedó atrapado en su fosa.
Después lo encerraron entre barrotes,
lo llevaron al rey de Babilonia
y lo metieron en un calabozo,
para que ya no se oyese su rugido
allá por los montes de Israel.
10 Tu madre parecía una vid
plantada a la vera del agua;
era fecunda y frondosa
gracias al agua abundante.
11 Echó sarmientos vigorosos,
que valían para cetros reales.
Su talla sobresalía entre los arbustos;
se podía distinguir por su altura,
por la gran abundancia de ramas.
12 Pero fue arrancada con violencia
y arrojada después por tierra;
el viento del este la secó,
fueron arrancados sus sarmientos;
se secó su rama vigorosa,
acabó devorada por el fuego.
13 Ahora está plantada en la estepa,
en medio de un erial sediento.
14 Salió fuego de su rama,
devoró sus sarmientos y su fruto.
Ya no le quedan ramas vigorosas
que puedan ser cetros reales.
Se trata de una elegía, y como elegía ha de cantarse.