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―Danos siete días para ver si podemos obtener ayuda —respondieron los ancianos de Jabés—. Si ninguno de nuestros hermanos viene a ayudarnos, aceptaremos tus condiciones.

Cuando los mensajeros llegaron a Guibeá, ciudad de Saúl, y contaron lo que ocurría, todos se pusieron a llorar.

Saúl estaba arando en el campo, y cuando regresó al pueblo preguntó: «¿Qué pasa? ¿Por qué están llorando?».

Al enterarse de lo que habían mandado a decir los de Jabés,

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Entonces los ancianos de Jabes le dijeron: Danos siete días, para que enviemos mensajeros por todo el territorio de Israel; y si no hay nadie que nos defienda, saldremos a ti. Llegando los mensajeros a Gabaa de Saúl, dijeron estas palabras en oídos del pueblo; y todo el pueblo alzó su voz y lloró.

Y he aquí Saúl que venía del campo, tras los bueyes; y dijo Saúl: ¿Qué tiene el pueblo, que llora? Y le contaron las palabras de los hombres de Jabes.

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