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Sin embargo, no se quitaron los altares paganos, sino que el pueblo continuó ofreciendo sacrificios y quemando incienso en ellos.

Un día Joás ordenó a los sacerdotes: «Recoged todo el dinero que cada persona traiga al templo del Señor como ofrenda sagrada, incluso el impuesto del censo, el dinero de votos personales y todas las ofrendas voluntarias. Cada sacerdote debe tomar el dinero de manos de su propio tesorero,[a] y usarlo para restaurar el templo y reparar todo lo que esté dañado».

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Footnotes

  1. 12:5 tesorero. Palabra de difícil traducción; también en v. 7.