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11 Cuando Daniel se enteró de la firma de aquel decreto, se retiró a su casa. La habitación superior de la vivienda tenía las ventanas orientadas hacia Jerusalén. Daniel se recluía en ella tres veces al día y, puesto de rodillas, oraba y alababa a su Dios. Siempre lo había hecho así. 12 Los hombres antes mencionados se presentaron en la casa y encontraron a Daniel orando y suplicando a su Dios. 13 Acudieron de inmediato al rey y le recordaron el real decreto:

— ¿No has firmado un decreto ordenando que, durante treinta días, nadie rece a cualquier otro dios o ser humano, salvo a ti, majestad, so pena de ser arrojado al foso de los leones?

El rey respondió:

— Así es, y se trata de un decreto irrevocable, según la ley de los medos y de los persas.

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