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Arruinó sus palacios,
devastó sus ciudades;
la tierra y sus habitantes
se aterraban con su rugido.
Le pusieron cerco las naciones,
las provincias de los alrededores;
entonces le tendieron sus redes
y quedó atrapado en su fosa.
Después lo encerraron entre barrotes,
lo llevaron al rey de Babilonia
y lo metieron en un calabozo,
para que ya no se oyese su rugido
allá por los montes de Israel.

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