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Entonces exclamé:

«¡Ahora sí voy a morir!
Porque yo, que soy un hombre pecador
y vivo en medio de un pueblo pecador,
he visto al rey del universo,
al Dios todopoderoso».

En ese momento, uno de los serafines voló hacia mí. Traía en su mano unas tenazas, y en ellas llevaba una brasa que había tomado del fuego del altar. Con esa brasa me tocó los labios, y me dijo:

«Esta brasa ha tocado tus labios.
Con ella, Dios ha quitado tu maldad
y ha perdonado tus pecados».

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