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Final del diálogo (29—31)

Quejas y autodefensa de Job: el pasado

29 Job continuó así su discurso:

¡Si pudiera revivir el pasado,
cuando Dios se ocupaba de mí,
cuando su lámpara
brillaba sobre mi cabeza
y su luz iluminaba mis tinieblas!
¡Aquellos días de mi otoño,
cuando Dios era un íntimo en mi tienda,
cuando sentía al Todopoderoso conmigo
y todos mis hijos me rodeaban!
Cuando lavaba mis pies en leche
y la roca me daba arroyos de aceite.
Cuando iba a la puerta de la ciudad
y, al tomar asiento en la plaza,
los jóvenes se escondían al verme,
los ancianos se ponían de pie;
la gente principal callaba,
tapándose la boca con la mano;
10 enmudecía la voz de los notables,
se les pegaba la lengua al paladar.
11 La gente que me oía me felicitaba,
quien lo veía se ponía de mi parte;
12 yo libraba al pobre suplicante,
al huérfano carente de ayuda;
13 recibía la gratitud del moribundo,
devolvía la alegría a las viudas.
14 La justicia me cubría como un vestido,
me arropaba lo mismo que un manto,
y el derecho me servía de turbante.
15 Yo era ojos para el ciego,
era pies para los cojos;
16 era padre de los pobres,
abogado de extranjeros.
17 Rompía los colmillos del malvado
y arrancaba la pieza de sus dientes.
18 Pensaba: “Moriré en mi nido,
prolongaré mi vida como el Fénix,
19 con mis raíces a la orilla del agua
y el rocío de la noche en mi ramaje;
20 mi prestigio irá en aumento
y mi arco se reafirmará en mi mano”.
21 La gente me escuchaba expectante,
en silencio, esperando mi consejo;
22 nada añadían cuando yo terminaba,
recibían mis palabras como rocío;
23 me esperaban como a lluvia temprana,
boquiabiertos al agua de primavera.
24 Les sonreía y no daban crédito,
los animaba la luz de mi rostro.
25 Les mostraba el camino y los guiaba,
lo mismo que un rey ante sus tropas;
los guiaba y se dejaban conducir.

Job recuerda su felicidad anterior

29 Volvió Job a reanudar su discurso, y dijo:

¡Quién me volviese como en los meses pasados,

Como en los días en que Dios me guardaba,

Cuando hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara,

A cuya luz yo caminaba en la oscuridad;

Como fui en los días de mi juventud,

Cuando el favor de Dios velaba sobre mi tienda;

Cuando aún estaba conmigo el Omnipotente,

Y mis hijos alrededor de mí;

Cuando lavaba yo mis pasos con leche,

Y la piedra me derramaba ríos de aceite!

Cuando yo salía a la puerta a juicio,

Y en la plaza hacía preparar mi asiento,

Los jóvenes me veían, y se escondían;

Y los ancianos se levantaban, y estaban de pie.

Los príncipes detenían sus palabras;

Ponían la mano sobre su boca.

10 La voz de los principales se apagaba,

Y su lengua se pegaba a su paladar.

11 Los oídos que me oían me llamaban bienaventurado,

Y los ojos que me veían me daban testimonio,

12 Porque yo libraba al pobre que clamaba,

Y al huérfano que carecía de ayudador.

13 La bendición del que se iba a perder venía sobre mí,

Y al corazón de la viuda yo daba alegría.

14 Me vestía de justicia, y ella me cubría;

Como manto y diadema era mi rectitud.

15 Yo era ojos al ciego,

Y pies al cojo.

16 A los menesterosos era padre,

Y de la causa que no entendía, me informaba con diligencia;

17 Y quebrantaba los colmillos del inicuo,

Y de sus dientes hacía soltar la presa.

18 Decía yo: En mi nido moriré,

Y como arena multiplicaré mis días.

19 Mi raíz estaba abierta junto a las aguas,

Y en mis ramas permanecía el rocío.

20 Mi honra se renovaba en mí,

Y mi arco se fortalecía en mi mano.

21 Me oían, y esperaban,

Y callaban a mi consejo.

22 Tras mi palabra no replicaban,

Y mi razón destilaba sobre ellos.

23 Me esperaban como a la lluvia,

Y abrían su boca como a la lluvia tardía.

24 Si me reía con ellos, no lo creían;

Y no abatían la luz de mi rostro.

25 Calificaba yo el camino de ellos, y me sentaba entre ellos como el jefe;

Y moraba como rey en el ejército,

Como el que consuela a los que lloran.