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La culpa de mi ciudad
supera a la de Sodoma,
arrasada en un momento
sin intervención humana.

Como leche y nieve pura
resplandecían sus príncipes;
coral rojo eran sus cuerpos
y un zafiro, su figura.

Y hoy, más negros que el carbón,
nadie afuera los conoce;
su piel al hueso pegada
y enjutos como sarmientos.

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