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Codician campos, y se apropian de ellos;
    casas, y de ellas se adueñan.
Oprimen al varón y a su familia,
    al hombre y a su propiedad.

Por tanto, así dice el Señor:

«Ahora soy yo el que piensa
    traer sobre ellos una desgracia,
    de la que no podrán escapar.
Ya no andarán erguidos,
    porque ha llegado la hora de su desgracia.
En aquel día se les hará burla,
    y se les cantará este lamento:
“¡Estamos perdidos!
    Se están repartiendo los campos de mi pueblo.
¡Cómo me los arrebatan!
    Nuestra tierra se la reparten los traidores”».

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