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El rico y el pobre tienen esto en común:
    a ambos los hizo el Señor.

El prudente se anticipa al peligro y toma precauciones.
    El simplón avanza a ciegas y sufre las consecuencias.

La verdadera humildad y el temor del Señor
    conducen a riquezas, a honor y a una larga vida.

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