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Hijo mío, pon atención a mi sabiduría, y a mi entendimiento inclina tu oído;

para que guardes la sana iniciativa,
y tus labios conserven el conocimiento.

Amonestación contra el adulterio

Los labios de la mujer extraña gotean miel
y su paladar es más suave que el aceite;
pero su fin es amargo como el ajenjo, agudo como una espada de dos filos.
Sus pies descienden a la muerte; sus pasos se precipitan al Seol.
No considera el camino de la vida; sus sendas son inestables
y ella no se da cuenta.
Ahora pues, hijos, óiganme
y no se aparten de los dichos
de mi boca.
Aleja de ella tu camino
y no te acerques a la puerta de su casa,
no sea que des a otros tu honor
y tus años a alguien que es cruel;
10 no sea que los extraños se sacien con tus fuerzas,
y los frutos de tu trabajo vayan a dar
a la casa de un desconocido.
11 Entonces gemirás al final de tu vida, cuando tu cuerpo y tu carne se hayan consumido.
12 Y dirás: “¡Cómo aborrecí la disciplina
y mi corazón menospreció la reprensión!
13 No escuché la voz de mis maestros,
y a los que me enseñaban no incliné
mi oído.
14 Casi en todo mal he estado,
en medio de la sociedad y de la congregación”.

El legítimo placer conyugal

15 Bebe el agua de tu propia cisterna
y de los raudales de tu propio pozo.
16 ¿Se han de derramar afuera tus manantiales,
tus corrientes de aguas por las calles?
17 ¡Que sean para ti solo
y no para los extraños contigo!
18 Sea bendito tu manantial
y alégrate con la mujer de tu juventud,
19 como una preciosa cierva o una graciosa gacela.
Sus pechos te satisfagan en todo tiempo y en su amor recréate siempre.
20 ¿Por qué, hijo mío, andarás apasionado por una mujer ajena
y abrazarás el seno de una extraña?
21 Los caminos del hombre están ante los ojos del SEÑOR,
y él considera todas sus sendas.
22 Sus propias maldades apresarán al impío
y será atrapado en las cuerdas de su propio pecado.
23 Él morirá por falta de disciplina,
y a causa de su gran insensatez se echará a perder.