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HIJO mío, está atento á mi sabiduría,

Y á mi inteligencia inclina tu oído;

Para que guardes consejo,

Y tus labios conserven la ciencia.

Porque los labios de la extraña destilan miel,

Y su paladar es más blando que el aceite;

Mas su fin es amargo como el ajenjo,

Agudo como cuchillo de dos filos.

Sus pies descienden á la muerte;

Sus pasos sustentan el sepulcro:

Sus caminos son instables; no los conocerás,

Si no considerares el camino de vida.

Ahora pues, hijos, oidme,

Y no os apartéis de las razones de mi boca.

Aleja de ella tu camino,

Y no te acerques á la puerta de su casa;

Porque no des á los extraños tu honor,

Y tus años á cruel;

10 Porque no se harten los extraños de tu fuerza,

Y tus trabajos estén en casa del extraño;

11 Y gimas en tus postrimerías,

Cuando se consumiere tu carne y tu cuerpo,

12 Y digas: ¡Cómo aborrecí el consejo,

Y mi corazón menospreció la reprensión;

13 Y no oí la voz de los que me adoctrinaban,

Y á los que me enseñaban no incliné mi oído!

14 Casi en todo mal he estado,

En medio de la sociedad y de la congregación.

15 Bebe el agua de tu cisterna,

Y los raudales de tu pozo.

16 Derrámense por de fuera tus fuentes,

En las plazas los ríos de aguas.

17 Sean para ti solo,

Y no para los extraños contigo.

18 Sea bendito tu manantial;

Y alégrate con la mujer de tu mocedad.

19 Como cierva amada y graciosa corza,

Sus pechos te satisfagan en todo tiempo;

Y en su amor recréate siempre.

20 ¿Y por qué, hijo mío, andarás ciego con la ajena,

Y abrazarás el seno de la extraña?

21 Pues que los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová,

Y él considera todas sus veredas.

22 Prenderán al impío sus propias iniquidades,

Y detenido será con las cuerdas de su pecado.

23 Él morirá por falta de corrección;

Y errará por la grandeza de su locura.