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Saludo

Los saluda Pablo, siervo de Cristo Jesús llamado por él para ser apóstol y apartado para anunciar el evangelio de Dios.

Por medio de sus profetas, Dios ya lo había prometido en las santas Escrituras. 3-4 Es el mensaje que trata de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, quien nació, como hombre, de la descendencia de David, pero a partir de su resurrección fue constituido Hijo de Dios con plenos poderes, como espíritu santificador.

Por medio de Jesucristo recibí el privilegio de ser apóstol, puesto a su servicio, para que en todas las naciones haya quienes crean en él y le obedezcan. 6-7 Entre ellos están también ustedes, que viven en Roma. Dios los ama, y los ha llamado a ser de Jesucristo y a formar parte del pueblo santo. Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre ustedes.

Acción de gracias

En primer lugar, por medio de Jesucristo doy gracias a mi Dios por cada uno de ustedes, porque en todas partes se habla de su fe. Dios, a quien yo sirvo con todo mi corazón anunciando el evangelio de su Hijo, es testigo de que continuamente los recuerdo, 10 y en mis oraciones pido siempre a Dios que, si es su voluntad, me conceda que vaya por fin a visitarlos. 11 Porque deseo verlos y prestarles alguna ayuda espiritual, para que estén más firmes; 12 es decir, para que nos animemos unos a otros con esta fe que ustedes y yo tenemos.

13 Quiero que sepan, hermanos, que muchas veces me he propuesto ir a verlos, pero hasta ahora siempre se me han presentado obstáculos. Mi deseo es recoger alguna cosecha espiritual entre ustedes, como la he recogido entre las otras naciones. 14 Me siento en deuda con todos, sean cultos o incultos, sabios o ignorantes; 15 por eso estoy tan ansioso de anunciarles el evangelio también a ustedes que viven en Roma.

El evangelio, poder de Dios

16 No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para que todos los que creen alcancen la salvación, los judíos en primer lugar, pero también los que no lo son. 17 Pues el evangelio nos muestra de qué manera Dios nos hace justos: es por fe, de principio a fin. Así lo dicen las Escrituras: «El justo por la fe vivirá.»

18 Pues Dios muestra su ira castigando desde el cielo a toda la gente mala e injusta, que con su injusticia mantiene prisionera la verdad. 19 Lo que de Dios se puede conocer, ellos lo conocen muy bien, porque él mismo se lo ha mostrado; 20 pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa. 21 Pues aunque han conocido a Dios, no lo han honrado como a Dios ni le han dado gracias. Al contrario, han terminado pensando puras tonterías, y su necia mente se ha quedado a oscuras. 22 Decían que eran sabios, pero se hicieron tontos; 23 porque han cambiado la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, y hasta por imágenes de aves, cuadrúpedos y reptiles.

24 Por eso, Dios los ha abandonado a los impuros deseos que hay en ellos, y han cometido unos con otros acciones vergonzosas. 25 En lugar de la verdad de Dios, han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creadas por Dios y no a Dios mismo, que las creó y que merece alabanza por siempre. Amén.

26 Por eso, Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas. Hasta sus mujeres han cambiado las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza; 27 de la misma manera, los hombres han dejado sus relaciones naturales con la mujer y arden en malos deseos los unos por los otros. Hombres con hombres cometen acciones vergonzosas, y sufren en su propio cuerpo el castigo merecido por su perversión.

28 Como no quisieron reconocer a Dios, él los ha abandonado a sus perversos pensamientos, para que hagan lo que no deben. 29 Están llenos de toda clase de injusticia, perversidad, avaricia y maldad. Son envidiosos, asesinos, pendencieros, engañadores, perversos y chismosos. 30 Hablan mal de los demás, son enemigos de Dios, insolentes, vanidosos y orgullosos; inventan maldades, desobedecen a sus padres, 31 no quieren entender, no cumplen su palabra, no sienten cariño por nadie, no sienten compasión. 32 Saben muy bien que Dios ha decretado que quienes hacen estas cosas merecen la muerte; y, sin embargo, las siguen haciendo, y hasta ven con gusto que otros las hagan.

Dios juzga conforme a la verdad

Por eso no tienes disculpa, tú que juzgas a otros, no importa quién seas. Al juzgar a otros te condenas a ti mismo, pues haces precisamente lo mismo que hacen ellos. Pero sabemos que Dios juzga conforme a la verdad cuando condena a los que así se portan. En cuanto a ti, que juzgas a otros y haces lo mismo que ellos, no creas que vas a escapar de la condenación de Dios. Tú desprecias la inagotable bondad, tolerancia y paciencia de Dios, sin darte cuenta de que es precisamente su bondad la que te está llevando a convertirte a él. Pero tú, como eres terco y no has querido volverte a Dios, estás amontonando castigo sobre ti mismo para el día del castigo, cuando Dios se manifestará para dictar su justa sentencia y pagar a cada uno conforme a lo que haya hecho. Dará vida eterna a quienes, buscando gloria, honor e inmortalidad, perseveraron en hacer lo bueno; pero castigará con enojo a los rebeldes, es decir, a los que están en contra de la verdad y a favor de la maldad. Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen lo malo, para los judíos en primer lugar, pero también para los que no lo son. 10 En cambio, Dios dará gloria, honor y paz a todos los que hacen lo bueno, a los judíos en primer lugar, pero también a los que no lo son. 11 Porque Dios juzga imparcialmente.

La ley de Moisés

12 Todos los que pecan sin haber tenido la ley de Moisés, perecerán sin esa ley; y los que pecan a pesar de tener la ley de Moisés, por medio de esa misma ley serán juzgados. 13 Pues no son justos ante Dios los que solamente oyen la ley, sino los que la obedecen. 14 Porque cuando los que no son judíos ni tienen la ley hacen por naturaleza lo que la ley manda, ellos mismos son su propia ley, 15 pues muestran por su conducta que llevan la ley escrita en el corazón. Su propia conciencia lo comprueba, y sus propios pensamientos los acusarán o los defenderán 16 el día en que Dios juzgará los secretos de todos por medio de Cristo Jesús, conforme al evangelio que yo anuncio.

17 Tú te llamas judío, confías en la ley de Moisés, y estás orgulloso de tu Dios. 18 Conoces su voluntad, y la ley te enseña a escoger lo mejor. 19 Estás convencido de que puedes guiar a los ciegos y alumbrar a los que andan en la oscuridad; 20 de que puedes instruir a los ignorantes y orientar a los sencillos, ya que en la ley tienes la regla del conocimiento y de la verdad. 21 Pues bien, si enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti mismo? Si predicas que no se debe robar, ¿por qué robas? 22 Si dices que no se debe cometer adulterio, ¿por qué lo cometes? Si odias a los ídolos, ¿por qué robas las riquezas de sus templos? 23 Te glorías de la ley, pero deshonras a Dios porque la desobedeces. 24 Con razón dice la Escritura: «Los paganos ofenden a Dios por culpa de ustedes.»

25 Es cierto que, a quien obedece a la ley de Moisés, la circuncisión le sirve de algo; pero si no la obedece, es como si no estuviera circuncidado. 26 En cambio, si el que no está circuncidado se porta según lo que la ley ordena, se le considerará circuncidado aun cuando no lo esté. 27 El que obedece a la ley, aunque no esté circuncidado en su cuerpo, juzgará a aquel que, a pesar de tener la ley y de estar circuncidado, no la obedece. 28 Porque ser judío no es serlo solamente por fuera, y estar circuncidado no es estarlo solamente por fuera, en el cuerpo. 29 El verdadero judío lo es interiormente, y el estar circuncidado es cosa del corazón: no depende de reglas escritas, sino del Espíritu. El que es así, resulta aprobado, no por los hombres, sino por Dios.

Entonces, ¿qué ventajas tiene el ser judío o el estar circuncidado? Muchas y por muchas razones. En primer lugar, Dios confió su mensaje a los judíos. ¿Qué pasa entonces? ¿Acaso Dios dejará de ser fiel, por el hecho de que algunos de ellos hayan sido infieles? ¡Claro que no! Al contrario, Dios actúa siempre conforme a la verdad, aunque todo hombre sea mentiroso; pues la Escritura dice:

«Serás tenido por justo en lo que dices,
y saldrás vencedor cuando te juzguen.»

Pero si nuestra maldad sirve para poner de relieve que Dios es justo, ¿qué diremos? ¿Que Dios es injusto cuando nos castiga? (Hablo según criterios humanos.) ¡Claro que no! Porque si Dios fuera injusto, ¿cómo podría juzgar al mundo?

Pero si mi mentira sirve para que la verdad de Dios resulte todavía más gloriosa, ¿por qué se me juzga a mí como pecador? En tal caso, ¿por qué no hacer lo malo para que venga lo bueno? Esto es precisamente lo que algunos, para desacreditarme, dicen que yo enseño; pero tales personas merecen la condenación.

Todos han pecado

¿Qué pues? ¿Tenemos nosotros, los judíos, alguna ventaja sobre los demás? ¡Claro que no! Porque ya hemos demostrado que todos, tanto los judíos como los que no lo son, están bajo el poder del pecado, 10 pues las Escrituras dicen:

«¡No hay ni uno solo que sea justo!
11 No hay quien tenga entendimiento;
no hay quien busque a Dios.
12 Todos se han ido por mal camino;
todos por igual se han pervertido.
¡No hay quien haga lo bueno!
¡No hay ni siquiera uno!
13 Su garganta es un sepulcro abierto,
su lengua es mentirosa,
sus labios esconden veneno de víbora
14 y su boca está llena de maldición y amargura.
15 Sus pies corren ágiles a derramar sangre;
16 destrucción y miseria hay en sus caminos,
17 y no conocen el camino de la paz.
18 Jamás tienen presente que hay que temer a Dios.»

19 Sabemos que todo lo que dice el libro de la ley, lo dice a quienes están sometidos a ella, para que todos callen y el mundo entero caiga bajo el juicio de Dios; 20 porque nadie podrá decir que ha cumplido la ley y que Dios debe reconocerlo como justo, ya que la ley solamente sirve para hacernos saber que somos pecadores.

21 Pero ahora, sin la ley, Dios ha mostrado de qué manera nos hace justos, y esto lo confirman la misma ley y los profetas: 22 por medio de la fe en Jesucristo, Dios hace justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia: 23 todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios. 24 Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús. 25 Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón. Este perdón se alcanza por la fe. Así quería Dios mostrar cómo nos hace justos: perdonando los pecados que habíamos cometido antes, 26 porque él es paciente. Él quería mostrar en el tiempo presente cómo nos hace justos; pues así como él es justo, hace justos a los que creen en Jesús.

27 ¿Dónde, pues, queda el orgullo del hombre ante Dios? ¡Queda eliminado! ¿Por qué razón? No por haber cumplido la ley, sino por haber creído. 28 Así llegamos a esta conclusión: que Dios hace justo al hombre por la fe, independientemente del cumplimiento de la ley.

29 ¿Acaso Dios es solamente Dios de los judíos? ¿No lo es también de todas las naciones? ¡Claro está que lo es también de todas las naciones, 30 pues no hay más que un Dios: el Dios que hace justos a los que tienen fe, sin tomar en cuenta si están o no están circuncidados! 31 Entonces, ¿con la fe le quitamos el valor a la ley? ¡Claro que no! Más bien afirmamos el valor de la ley.

La fe de Abraham

Pero entonces, ¿qué diremos que ganó Abraham, nuestro antepasado? En realidad, si Abraham hubiera sido reconocido como justo a causa de sus propios hechos, tendría razón para gloriarse, aunque no delante de Dios. Pues la Escritura dice: «Abraham creyó a Dios, y por eso Dios le tuvo esto en cuenta y lo reconoció como justo.» Ahora bien, si alguno trabaja, el pago no se le da como un regalo sino como algo merecido. En cambio, si alguno cree en Dios, que hace justo al pecador, Dios le tiene en cuenta su fe para reconocerlo como justo, aunque no haya hecho nada que merezca su favor. David mismo habló de la dicha de aquel a quien Dios reconoce como justo sin tomarle en cuenta sus hechos. Dijo David:

«¡Dichosos aquellos a quienes Dios perdona sus maldades y pasa por alto sus pecados!
¡Dichoso el hombre a quien el Señor no toma en cuenta su pecado!»

¿Será que esta dicha corresponde solamente a los que están circuncidados, o corresponderá también a los que no lo están? Hemos dicho que Dios tuvo en cuenta la fe de Abraham para reconocerlo como justo. 10 Pero ¿cuándo se la tuvo en cuenta? ¿Después de que Abraham fue circuncidado, o antes? No después, sino antes. 11 Y después Abraham fue circuncidado, como señal o sello de que Dios ya lo había reconocido como justo por causa de su fe. De este modo, Abraham ha venido a ser también el padre de todos los que tienen fe, aunque no hayan sido circuncidados; y así Dios los reconoce igualmente a ellos como justos. 12 Y Abraham es también el padre de quienes, además de estar circuncidados, siguen el ejemplo de aquella fe que nuestro antepasado ya tenía cuando aún no estaba circuncidado.

La promesa para sus descendientes

13 Pues Dios prometió a Abraham y a sus descendientes que recibirían el mundo como herencia; pero esta promesa no estaba condicionada al cumplimiento de la ley, sino a la justicia que se basa en la fe. 14 Pues si los que han de recibir la herencia son los que se basan en la ley, entonces la fe resultaría cosa inútil y la promesa de Dios perdería su valor. 15 Porque la ley trae castigo; pero donde no hay ley, tampoco hay faltas contra la ley.

16 Por eso, para que la promesa hecha a Abraham conservara su valor para todos sus descendientes, fue un don gratuito, basado en la fe. Es decir, la promesa no es solamente para los que se basan en la ley, sino también para todos los que se basan en la fe, como Abraham. De esa manera, él viene a ser padre de todos nosotros, 17 como dice la Escritura: «Te he hecho padre de muchas naciones.» Éste es el Dios en quien Abraham creyó, el Dios que da vida a los muertos y crea las cosas que aún no existen.

18 Cuando ya no había esperanza, Abraham creyó y tuvo esperanza, y así vino a ser «padre de muchas naciones», conforme a lo que Dios le había dicho: «Así será el número de tus descendientes.» 19 La fe de Abraham no se debilitó, aunque ya tenía casi cien años de edad y se daba cuenta de que tanto él como Sara ya estaban casi muertos, y que eran demasiado viejos para tener hijos. 20 No dudó ni desconfió de la promesa de Dios, sino que tuvo una fe más fuerte. Alabó a Dios, 21 plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete. 22 Por eso, Dios le tuvo esto en cuenta y lo reconoció como justo.

23 Y esto de que Dios se lo tuvo en cuenta, no se escribió solamente de Abraham; 24 se escribió también de nosotros. Pues Dios también nos tiene en cuenta la fe, si creemos en aquel que resucitó a Jesús, nuestro Señor, 25 que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para hacernos justos.

La prueba de que Dios nos ama

Puesto que Dios ya nos ha hecho justos gracias a la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Pues por Cristo hemos podido acercarnos a Dios por medio de la fe, para gozar de su favor, y estamos firmes, y nos gloriamos con la esperanza de tener parte en la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos de los sufrimientos; porque sabemos que el sufrimiento nos da firmeza para soportar, y esta firmeza nos permite salir aprobados, y el salir aprobados nos llena de esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado.

Pues cuando nosotros éramos incapaces de salvarnos, Cristo, a su debido tiempo, murió por los pecadores. No es fácil que alguien se deje matar en lugar de otra persona. Ni siquiera en lugar de una persona justa; aunque quizás alguien estaría dispuesto a morir por la persona que le haya hecho un gran bien. Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Y ahora, después que Dios nos ha hecho justos mediante la muerte de Cristo, con mayor razón seremos salvados del castigo final por medio de él. 10 Porque si Dios, cuando todavía éramos sus enemigos, nos reconcilió consigo mismo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón seremos salvados por su vida, ahora que ya estamos reconciliados con él. 11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, pues por Cristo hemos recibido ahora la reconciliación.

Adán y Jesucristo

12 Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron. 13 Antes que hubiera ley, ya había pecado en el mundo; aunque el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley. 14 Sin embargo, desde el tiempo de Adán hasta el de Moisés, la muerte reinó sobre los que pecaron, aunque el pecado de éstos no consistió en desobedecer un mandato, como hizo Adán, el cual fue figura de aquel que había de venir.

15 Pero el delito de Adán no puede compararse con el don que Dios nos ha dado. Pues por el delito de un solo hombre, muchos murieron; pero el don que Dios nos ha dado gratuitamente por medio de un solo hombre, Jesucristo, es mucho mayor y en bien de muchos. 16 El pecado de un solo hombre no puede compararse con el don de Dios, pues por un solo pecado vino la condenación; pero el don de Dios, a partir de muchos pecados, hace justos a los hombres. 17 Pues si la muerte reinó como resultado del delito de un solo hombre, con mayor razón aquellos a quienes Dios, en su gran bondad y gratuitamente, hace justos, reinarán en la nueva vida mediante un solo hombre, Jesucristo.

18 Y así como el delito de Adán puso bajo condenación a todos los hombres, así también el acto justo de Jesucristo hace justos a todos los hombres para que tengan vida. 19 Es decir, que por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores; pero, de la misma manera, por la obediencia de un solo hombre, muchos serán hechos justos.

20 La ley se añadió para que aumentara el pecado; pero cuando el pecado aumentó, Dios se mostró aún más bondadoso. 21 Y así como el pecado reinó trayendo la muerte, así también la bondad de Dios reinó haciéndonos justos y dándonos vida eterna mediante nuestro Señor Jesucristo.

En el bautismo nos unimos a Cristo

¿Qué diremos entonces? ¿Vamos a seguir pecando para que Dios se muestre aún más bondadoso? ¡Claro que no! Nosotros ya hemos muerto respecto al pecado; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado? ¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.

Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado. Porque, cuando uno muere, queda libre del pecado. Si nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él. 10 Pues Cristo, al morir, murió de una vez para siempre respecto al pecado; pero al vivir, vive para Dios. 11 Así también, ustedes considérense muertos respecto al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús.

12 Por lo tanto, no dejen ustedes que el pecado siga dominando en su cuerpo mortal y que los siga obligando a obedecer los deseos del cuerpo. 13 No entreguen su cuerpo al pecado, como instrumento para hacer lo malo. Al contrario, entréguense a Dios, como personas que han muerto y han vuelto a vivir, y entréguenle su cuerpo como instrumento para hacer lo que es justo ante él. 14 Así el pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, pues no están sujetos a la ley sino a la bondad de Dios.

Comparación con la esclavitud

15 ¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sujetos a la ley sino a la bondad de Dios? ¡Claro que no! 16 Ustedes saben muy bien que si se entregan como esclavos a un amo para obedecerlo, entonces son esclavos de ese amo a quien obedecen. Y esto es así, tanto si obedecen al pecado, lo cual lleva a la muerte, como si obedecen a Dios para vivir en la justicia. 17 Pero gracias a Dios que ustedes, que antes eran esclavos del pecado, ya han obedecido de corazón a la forma de enseñanza que han recibido. 18 Una vez libres de la esclavitud del pecado, ustedes han entrado al servicio de la justicia. 19 (Hablo en términos humanos, porque ustedes, por su debilidad, no pueden entender bien estas cosas.) De modo que, así como antes entregaron su cuerpo al servicio de la impureza y la maldad para hacer lo malo, entreguen también ahora su cuerpo al servicio de la justicia, con el fin de llevar una vida santa.

20 Cuando ustedes todavía eran esclavos del pecado, no estaban al servicio de la justicia; 21 pero ¿qué provecho sacaron entonces? Ahora ustedes se avergüenzan de esas cosas, pues sólo llevan a la muerte. 22 Pero ahora, libres de la esclavitud del pecado, han entrado al servicio de Dios. Esto sí les es provechoso, pues el resultado es la vida santa y, finalmente, la vida eterna. 23 El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.

Comparación con el matrimonio

Hermanos, ustedes conocen la ley, y saben que la ley solamente tiene poder sobre una persona mientras esa persona vive. Por ejemplo, una mujer casada está ligada por ley a su esposo mientras éste vive; pero si el esposo muere, la mujer queda libre de la ley que la ligaba a él. De modo que si ella se une a otro hombre mientras el esposo vive, comete adulterio, pero si el esposo muere, ella queda libre de esa ley, y puede unirse a otro hombre sin cometer adulterio.

Así también, ustedes, hermanos míos, al incorporarse a Cristo han muerto con él a la ley, para quedar unidos a otro, es decir, a aquel que después de morir resucitó. De este modo, podremos dar una cosecha agradable a Dios. Porque cuando vivíamos como pecadores, la ley sirvió para despertar en nuestro cuerpo los malos deseos, y lo único que cosechamos fue la muerte. Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando así libres para servir a Dios en la nueva vida del Espíritu y no bajo una ley ya anticuada.

El pecado se aprovechó de la ley

¿Vamos a decir por esto que la ley es pecado? ¡Claro que no! Sin embargo, de no ser por la ley, yo no hubiera sabido lo que es el pecado. Jamás habría sabido lo que es codiciar, si la ley no hubiera dicho: «No codicies.» Pero el pecado se aprovechó de esto, y valiéndose del propio mandamiento despertó en mí toda clase de malos deseos. Pues mientras no hay ley, el pecado es cosa muerta. Hubo un tiempo en que, sin la ley, yo tenía vida; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado, 10 y yo morí. Así resultó que aquel mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte, 11 porque el pecado se aprovechó del mandamiento y me engañó, y con el mismo mandamiento me dio muerte.

12 En resumen, la ley en sí misma es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno. 13 Pero entonces, ¿esto que es bueno me llevó a la muerte? ¡Claro que no! Lo que pasa es que el pecado, para demostrar que verdaderamente es pecado, me causó la muerte valiéndose de lo bueno. Y así, por medio del mandamiento, quedó demostrado lo terriblemente malo que es el pecado.

14 Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy débil, vendido como esclavo al pecado. 15 No entiendo el resultado de mis acciones, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es precisamente lo que hago. 16 Pero si lo que hago es lo que no quiero hacer, reconozco con ello que la ley es buena. 17 Así que ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí. 18 Porque yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. 19 No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer. 20 Ahora bien, si hago lo que no quiero hacer, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí.

21 Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance. 22 En mi interior me gusta la ley de Dios, 23 pero veo en mí algo que se opone a mi capacidad de razonar: es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene preso.

24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo? 25 Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo. En conclusión: yo entiendo que debo someterme a la ley de Dios, pero en mi debilidad estoy sometido a la ley del pecado.

Así pues, ahora ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús, te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Porque Dios ha hecho lo que la ley de Moisés no pudo hacer, pues no era capaz de hacerlo debido a la debilidad humana: Dios envió a su propio Hijo en condición débil como la del hombre pecador y como sacrificio por el pecado, para de esta manera condenar al pecado en esa misma condición débil. Lo hizo para que nosotros podamos cumplir con las justas exigencias de la ley, pues ya no vivimos según las inclinaciones de la naturaleza débil sino según el Espíritu.

Los que viven según las inclinaciones de la naturaleza débil, sólo se preocupan por seguirlas; pero los que viven conforme al Espíritu, se preocupan por las cosas del Espíritu. Y preocuparse por seguir las inclinaciones de la naturaleza débil lleva a la muerte; pero preocuparse por las cosas del Espíritu lleva a la vida y a la paz. Los que se preocupan por seguir las inclinaciones de la naturaleza débil son enemigos de Dios, porque ni quieren ni pueden someterse a su ley. Por eso, los que viven según las inclinaciones de la naturaleza débil no pueden agradar a Dios.

Pero ustedes ya no viven según esas inclinaciones, sino según el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios vive en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. 10 Pero si Cristo vive en ustedes, el espíritu vive porque Dios los ha hecho justos, aun cuando el cuerpo esté destinado a la muerte por causa del pecado. 11 Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes.

12 Así pues, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir según las inclinaciones de la naturaleza débil. 13 Porque si viven ustedes conforme a tales inclinaciones, morirán; pero si por medio del Espíritu hacen ustedes morir esas inclinaciones, vivirán.

14 Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. 15 Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: «¡Abbá! ¡Padre!» 16 Y este mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios. 17 Y puesto que somos sus hijos, también tendremos parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, puesto que sufrimos con él para estar también con él en su gloria.

La esperanza de la gloria

18 Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después. 19 La creación espera con gran impaciencia el momento en que se manifieste claramente que somos hijos de Dios. 20 Porque la creación perdió su verdadera finalidad, no por su propia voluntad, sino porque Dios así lo había dispuesto; pero le quedaba siempre la esperanza 21 de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Sabemos que hasta ahora la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto. 23 Y no sólo ella sufre, sino también nosotros, que ya tenemos el Espíritu como anticipo de lo que vamos a recibir. Sufrimos profundamente, esperando el momento de ser adoptados como hijos de Dios, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos. 24 Con esa esperanza hemos sido salvados. Sólo que esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues, ¿quién espera lo que ya está viendo? 25 Pero si lo que esperamos es algo que todavía no vemos, tenemos que esperarlo sufriendo con firmeza.

26 De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. 27 Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo.

La obra salvadora de Dios

28 Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito. 29 A los que de antemano Dios había conocido, los destinó desde un principio a ser como su Hijo, para que su Hijo fuera el primero entre muchos hermanos. 30 Y a los que Dios destinó desde un principio, también los llamó; y a los que llamó, los hizo justos; y a los que hizo justos, les dio parte en su gloria.

31 ¿Qué más podremos decir? ¡Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros! 32 Si Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas? 33 ¿Quién podrá acusar a los que Dios ha escogido? Dios es quien los hace justos. 34 ¿Quién podrá condenarlos? Cristo Jesús es quien murió; todavía más, quien resucitó y está a la derecha de Dios, rogando por nosotros. 35 ¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el peligro, o la muerte violenta? 36 Como dice la Escritura:

«Por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte;
nos tratan como a ovejas llevadas al matadero.»

37 Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, 39 ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!