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Nuestros huesos se dispersan
a la orilla del sepulcro
como se dispersa la tierra
tras los surcos que deja el arado.
Por eso, Señor y Dios, mis ojos te buscan.
En ti confío. ¡No me desampares!
Protégeme de las trampas que los malvados
arman y tienden contra mí.

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