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Los que las compran las matan y salen sin ser castigados, y el que las vende dice(A): “¡Bendito sea el Señor, porque me he enriquecido(B)!”; y ni sus propios pastores se compadecen de ellas(C). Pues Yo no me compadeceré más de los habitantes de esta tierra», declara el Señor, «sino que haré que los hombres caigan cada uno en manos de otro(D) y en manos de su rey; y ellos herirán la tierra(E) y Yo no los libraré de sus manos(F)». Apacenté, pues, las ovejas destinadas para la matanza(G), esto es, los afligidos del rebaño(H). Y tomé para mí dos cayados(I): a uno lo llamé Gracia(J) y al otro lo llamé Unión; y apacenté las ovejas(K).

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