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Ese hombre era un ángel, y ya estaba por irse; pero otro ángel vino a su encuentro y le ordenó que me diera este mensaje:

«La ciudad de Jerusalén
tendrá tanta gente y tanto ganado,
que no tendrá murallas.
Yo seré para mi ciudad
como una muralla de fuego;
¡yo la llenaré de riquezas!
Yo soy el Dios de Israel,
y juro que así lo haré.

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