En ellas el rey autorizaba a los judíos, en cualquier ciudad donde vivieran, a seguir sus propias leyes, y a defenderse y hacer con sus enemigos y adversarios lo que quisieran.
[11] Las cartas daban permiso a los judíos de reunirse en todas las ciudades para defenderse, matar y destruir totalmente a quienes los atacaran, sin importar de dónde vinieran y sin respetar a las mujeres y a los niños. Además, les daba el derecho de apoderarse de sus pertenencias.